Alejandro Fabio Della Sala


Alejandro Fabio Della Sala, Argentino, abogado, egresado de la universidad de Buenos Aires, mediador, Magister en Derecho Empresario y Magister en Defensa Nacional. Actualmente es estudiante de la carrera de traductor público de portugués en la universidad de Buenos Aires. Colabora con revistas del ámbito jurídico y literarias como Meya Ponte del Brasil, Encontro Literário de la Academia Mineira de Letras, Letras de Uruguay, Logogrifo de Venezuela, aduananews de Buenos Aires, entre otras.

Libros inéditos: Brasil, Realidad y Utopía, sinergias para la integración regional (Ensayo) y Aún el Abaporou (Poesía).

AL OESTE DE LA CONQUISTA.[1]

Desaparecí raptado por un malón. No sé si lloré o si no me di cuenta de que me habían secuestrado. Los indios me enseñaron sus costumbres: a montar, a cazar, a vivir libremente, sin horarios, ni amos, ni Estado. Con ellos, también aprendí el arte del uso de boleadoras, para cazar animales, para saber en el arte de la supervivencia. Aunque no me dieron mucho cariño, nada de lo material me faltó. En seguida, la conquista del desierto, también con hombres de a caballo, los había diezmado. La tecnología fue la diferencia; en otras palabras: el remington. Evidentemente, no fue la estrategia de seducción utilizada por el Mariscal Cândido Rondon en el Brasil matogrossense de finales de siglo XIX. Quizás la ocupación territorial por fuerzas regulares del ejército de Buenos Aires aceleró el desenlace. Mis padres dieron conmigo (El cautivo no podía entender su lengua materna, ya que hablaba y pensaba como indio. Sin embargo, pudo reconocer el cuchillo con el que jugaba a los piratas cuando chico). Mis padres lloraron y yo no sabía porqué.

Con el tiempo, empecé a comprender el idioma materno, los instrumentos de la cultura occidental, la escuela, las obligaciones, los horarios, el trabajo, el gobierno. En realidad, todo eso no me gustaba. Preferí volver a ser indio, amaba la libertad, lo indómito, la vastedad de la pampa…



[1] Inspirado en el cuento “El Cautivo” de Jorge Luis Borges.


LA ILUSION DE JUAN SÁBADO ARANDÚ.

“(…) no hay otra venganza que el olvido. Ni otro perdón.

(…) Soy eco, olvido, nada.”

Jorge Luis Borges.

… Juan Sábado Arandú era hijo de una india querandí y un soldado español que había venido a estas tierras desde el Alto Perú con la intención de trazar una ruta entre la ciudad de Lima y el puerto de Buenos Aires a fin de evitar en lo posible las altas cumbres de la cordillera de los Andes. Asímismo, la corona española pretendía establecer un asentamiento permanente a orillas del “Mar Dulce”. De esta manera, las circunstancias llevaron a que ese soldado español se afincara en aquellos parajes cargados de pampa y cielo hasta que murió de un flechazo en la pierna mientras cazaba ganado cerca de lo que hoy es la ciudad de Luján en la provincia de Buenos Aires. No fue el flechazo lo que lo mató, sino la cangrena. Fue el azar su fatalidad, no las guerras de conquista.

Juan Sábado Arandú quedó al cuidado de los indios adoptando sus costumbres, muy especialmente la capacidad de mirar más allá en el horizonte, en ese mar horizontal que es la pampa húmeda. Los indios lo llamaban “el arandu” o “arandú” que en lengua guaraní significaba: “el que percibe el tiempo, el sabio”. Posteriormente, bajo la influencia de algunas tribus mapuches que se mezclaron con los querandíes, lo llamaron también “Newén” que para dicha etnia significaba “energía”, “fuerza”. Además de ser un eximio organizador de malones, corría ganado de aquí para allá, causando una suerte de frontera cultural móvil entre el indio y el blanco.

Un cierto día fue hacia el oriente y siguió sin parar hasta encontrarse con una gran ciudad, un cabildo, algunas casas que empezaban a construirse desde el barro y un río que parecía un mar, una pampa movediza sin árboles. Contaban los parroquianos que en épocas de bajante, los barcos quedaban encallados sin poder entrar al puerto, circunstancias que ayudaban, además de favorecer el comercio con bergantines portugueses, a ganar no pocas guerras a favor de los porteños, los que ayudados por la destreza de sus jinetes “entraban” en el lecho barroso del río para pelear “ mano a mano” caballo con barco, contra los gringos navegantes. Entre los más destacados acontecimientos del tipo del relatado precedentemente, se cuenta la participación directa de Martín Miguel de Güemes, aquel gaucho que cuidaba la frontera en el norte salteño para evitar la entrada del godo y que circunstancialmente había bajado a Buenos Aires para ayudar a librar alguna de esas tantas batallas por nuestra independencia, entre ellas, nada menos que las invasiones inglesas.

El devenir de Juan Sábado Arandú hizo que se quedara perplejo ante tanta inmensidad. Se preguntaba una y otra vez cómo hacer para cruzar ese gran río. ¿De qué forma cruzar? Nunca pudo cruzar ese gran río, a pesar de haber escuchado una serie de relatos fantásticos de que del “otro lado” había más ganado, mejores pasturas, bosques y otros indios, o tal vez los mismos pero con otro nombre.

Fueron los hijos de los hijos de Juan Sábado Arandú que, siguiendo la misma intuición de sus antepasados, pudieron cruzar “al otro lado”. Fue por medio de un barco de bandera portuguesa que lograron llegar a Colonia del Sacramento. Sus nombres perdieron la influencia indígena y pasaron a ser: Juan Rodríguez, Juan Saverio Rodríguez, Juan Artemio Rodríguez, entre otros. Algunos cruzaron y no volvieron. Otros cruzaron y volvieron y otros, nunca cruzaron al misterioso “otro lado”. Cabalgaron como sus antepasados indios y castellanos, criaron ganado y acompañaron a la gauchada comandada por aquel hombre de la tierra tan parecido a Güemes, José Gervasio Artigas, el Primer Federal, el jefe del cuartel de blandengues, el de la Federación de Hombres Libres como el viento.

Eran momentos de la construcción de una nueva patria, que finalmente uniera a todos los pueblos guaraníes, indio y gaucho, mameluco y caboclo, europeo y negro. Eran los tiempos de la “patria peregrinante” como decía Juan Zorrilla de San Martín en alusión al éxodo oriental, similar tal vez al éxodo jujeño y a tantos otros éxodos que marcaron la historia de los pueblos. Artigas desconfiaba que la Junta de Buenos Aires suscribiera un armisticio con Francisco Javier de Elío, jefe de las fuerzas españolas sitiadas en Montevideo. Por tal razón, el Primer Federal había ordenado una retirada de sus gauchos del sitio de Montevideo, los cuales respondieron ciegamente, tornándose una marcha lenta y penosa hacia el interior del país.

La noticia corría por todo el litoral. Algunos de los que habían quedado del otro lado, lograron cruzar por el río Uruguay e instalarse en la parte norte de la Banda Oriental con el fin de ponerse a disposición de Artigas para así luchar tanto contra españoles como contra portugueses. No importaba quiénes eran los contrincantes, lo importante era el ser libres como enseñaba Artigas a sus soldados. La idea consistía en unir al Paraguay con las provincias del litoral y el sur del Brasil para poner en jaque tanto a la corona española como a la portuguesa.

Luego vinieron independencias, las luchas entre Buenos Aires y el interior, intromisiones porteñas y del Brasil en la Banda Oriental; luego se sitiaron ciudades como la de Paysandú, que fuera preámbulo de la Gran Guerra o la Guerra del Paraguay con todos sus muertos y mutilados. Sin embargo, el deseo de los hijos de los hijos de Juan Sábado Arandú para saber qué había del otro lado de la orilla del gran río marrón no cejó en lo más mínimo, ni de un lado ni de otro.

Lo cierto es que la ilusión de aquel Juan y sus descendientes con el “otro lado” siempre estuvo viva en el Río de la Plata, quizás por ello es que muchas veces se han querido construir puentes tanto físicos como culturales. El fantasma de Artigas recorrió todo el litoral, tanto al este como al oeste del río Uruguay. La referida mística, acompañó a esos caminantes del primer éxodo de los pueblos orientales que entonces llamaban “peludos” porque trabajaban la caña encorvados al punto tal que quedaban negros de cortar la caña quemada. Sólo podía verse en estos hombres una mirada inquieta y furtiva, inmensa como el “mar dulce” y altiva como los hijos de aquel Juan que también eran hijos de Artigas y de Güemes. Hablaban una suerte de “portuñol” ya que estaban preparados para trabajar en las distintas zafras de la región, inclusive para cruzar a “otros lados”, como el actual territorio brasileño de Río Grande do Sul, también escenario emancipador con su revolución farroupilha. Una sola patria con varias fronteras, sin pasaporte, de a caballo y con ganas de trabajar la tierra. También los inmigrantes, principalmente europeos, vinieron a compartir ese sueño colectivo.

Después ensombrecieron los golpes de estado y como contrapartida, las luchas por los derechos del trabajador, las revoluciones y más tarde la república que nunca se perdió, al menos en la ilusión de Juan.

Otro Juan había venido de la ciudad de Mercedes, capital del Departamento de Soriano, a vengar la muerte del ex presidente Iriarte Borda perteneciente al partido colorado, alrededor de los años 1897, en el fragor de las luchas entre miembros del partido colorado y blanco. Ese Juan Sábado Arandú, estuvo haciendo guardia toda una noche en frente del café del Globo en Montevideo. Cuando Avelino Arredondo, el autor del magnicidio, salió de ese café, trató de matarlo con un arma blanca gritando a los cuatro vientos: “Así que tú tampoco le tenés miedo al gauchaje de Aparicio Saravia”, aunque no se sabe a ciencia cierta si lo terminó de matar. En tal sentido, Jorge Luis Borges en su cuento “Avelino Arredondo” nos relata que el hecho culminó con el asesinato del presidente Idiarte Borda, al menos el autor pudo soñar que las cosas así ocurrieron. Pero en realidad se olvidó de soñar la venganza, que estamos describiendo en este momento.

Ya en pleno siglo XXI, un chozno de aquel Juan mezcla de criollo e indio quiso construir una línea férrea que uniera la Argentina con el Uruguay para conectarla con el Brasil y el Paraguay pero nunca le aprobaron el proyecto.

Cuentan además, algunos antiguos pobladores del interior uruguayo, oriundos de la ciudad de Rivera, que otro tartaranieto de Juan participó de un nuevo “Grito de Asencio” para declararle la guerra al atraso, la ignorancia y la pobreza. Iban a cruzar el Uruguay a caballo, para luego seguir hasta la Cordillera de los Andes.

Será que el hombre en general siempre está pensando en un “otro lado”, una forma de cruzar hacia el futuro, una manera de lograr o de intentar lograr sus sueños, con la intención de construir un gran país desde el espíritu de Artigas, grande, universal, inclusivo, sereno y bravío al mismo tiempo, de una cultura compartida, de un espacio real de integración regional, federal y descentralizado, como la ilusión de Juan Sábado Arandú.

ALEJANDRO F. DELLA SALA

BUENOS AIRES, Noviembre de 2010.