Palestinos, ¿qué palestinos?


DANIEL VIDART

“Aquel a quien extravía Alá, no hallará más el camino” Corán. IV. 142

Hoy quiero incursionar en un tema cuya complejidad atrae la atención de los científicos sociales, esos intrusos que procuran ver las cosas como son y no como las pintan las pasiones o las ideologías. Dicho tema también interesa al mundo entero, atento a la confrontación entre dos etnias del Cercano y Medio Oriente que, pese a ser hermanas, libran un duro conflicto que a la vez es político y geoestratégico, físico y mediático, ideológico y moral. Tal es lo que sucede con la sangrienta y dolorosa contienda entre el Estado de Israel y los musulmanes palestinos. Según las enseñanzas del Tanaj y del Corán Abraham (Ibrahim en árabe) fue el padre de Ismael, hijo de Agar( hagar “la que huye”), la esclava obligada a refugiarse en el desierto, y de Isaac, hijo de su mujer Sara (sarah, “la dominadora”).

Esa lucha no solamente se ha entablado por el dominio de un territorio sino también, en el caso de los palestinos en particular, por la legitimidad de los nombres y la verosimilitud de las tradiciones, un campo propicio para el quehacer de los antropólogos.

El enfrentamiento no se agota en el choque armado entre los israelíes -no todos creyentes , pues muchos de ellos desestiman la religión del Tanaj y el Talmud-, y los árabes - tampoco todos musulmanes, como lo ejemplifican los cristianos libaneses-. Por otra parte, como se sabe, residen y trabajan pacíficamente en el Estado de Israel un millón y medio de árabes, todos musulmanes, pero no candidatos a “mártires” dinamiteros.

Los palestinos están divididos en dos bandos: por un lado el intransigente Hamas y por el otro, Al Fatah, mas conciliador. El Hamas, concentrado en Gaza, quiere borrar a los israelíes del mapa, e igual destino procura para Al Fatah, confinado en Cisjordania, donde gobierna la Autoridad Palestina. Dicho grupo fue expulsado con grandes pérdidas de vidas de la Franja de Gaza por los violentistas del Hamas, su enconado enemigo. Este sangriento conflicto entre adoradores de Alá nunca se menciona por los enemigos mediáticos de Israel. Que, por otra parte no es el único, porque el de chiítas y sunitas, que abarca el Islam entero, tiene caracteres catastróficos, aunque no figuran en el memorial de agravios de la nueva judeofobia.

Los antiguos pueblos que reivindican los palestinos de ambos bandos como “antecesores” directos, lo que les otorgaría el derecho histórico de ser los dueños de la tierra que, según afirman, les han robado los “usurpadores sionistas” venidos de afuera, son:

a) los filisteos que, no bien desembarcados, se enfrentaron con los cananeos y los hebreos, etnias presentes desde hacía muchos siglos en la región, y que al cabo de cruentas batallas los exterminaron, y

b) los cananeos, cuya desaparición somática y cultural certifican la historia y la geografía, luego de una larga y enconada lucha con los hebreos, complementada por un doble proceso de mestización y aculturación de los grupos sobrevivientes.

Los cretenses-filisteos del lejano ayer no son los antepasados de los actuales palestinos. La cáscara del nombre no coincide con el grano de la cosa. Los “palestinos” de hoy nada tienen que ver con los viejos “pueblos del mar”, entre cuyos patronímicos figura, como se verá luego, el de pelestim. Del mismo modo tampoco son descendientes de los cananeos, que se fueron esfumando como pueblo y como etnia al combatir primero y luego mixigenarse con los hebreos, y a tal punto, que nada resta de ellos sino la memoria de su abolida presencia.
El Estado de Israel
Comienzo advirtiendo un detalle que el furor de las actuales discusiones a veces no permite tener en cuenta: el Estado de Israel es una cosa y su gobierno otra. Se puede estar en contra de las resoluciones de sus conductores políticos -como muchos israelíes, desde adentro, lo han manifestado ante evidentes desaciertos y como quienes, desde afuera, abogan por su renuncia, criticando y condenando muy duramente sus acciones – pero sin negar el derecho a existir en pacífica convivencia con sus vecinos. Quienes lo quieren aniquilar, con todo y sus habitantes, son potenciales genocidas, como en la realidad histórica fueron los nazis. La República Islámica de Irán proclama a los cuatro vientos que luego de ahogar a los israelíes en el Mediterráneo “quemará totalmente” ( que esto significa la voz griega holocausto) los aparatos del Estado y sus pertenencias. Muchos de los autodenominados “progresistas” vernáculos aprueban esos desplantes criminales. O los callan, como también sucede con los amnésicos que “olvidan” o “desconocen” la diaria matanza que los egipcios, islámicos al igual que sus víctimas, practican con los palestinos de Gaza asesinándolos en los túneles que aquellos excavan para burlar ese no citado ni criticado bloqueo. Se cuentan por cientos los muertos. Pero el cómplice silencio de los mass media parece remitir a subrepticias órdenes de no denunciar esos delitos de lesa humanidad.

El proceso fundador del Estado de Israel se inicia en la Naciones Unidas el 29 de noviembre de 1947, luego de una serie de luchas y atentados, duramente condenados por los dirigentes judíos opuestos al terrorismo. Nadie es inocente en este tipo de retornos, similares a los nostos de los griegos a sus patrias, luego de la guerra de Troya. Ulises, de regreso a Itaca, tuvo que acabar con los “pretendientes” que hostigaban a su mujer, dilapidaban sus bienes y ocupaban su casa. Y como sucede con la totalidad del falible género humano – cuyos integrantes no son antropoides erguidos ni ángeles caídos- entre quieres procuraban regresar al solar de sus mayores hubo unos pocos exaltados mete bombas y una aplastante mayoría de laboriosas y pacíficos inmigrados, si así se les puede llamar a los nietos lejanos de las víctimas de la Diáspora. Ben Gurion reprochó siempre a Beguin su temprano y violento oficio de terrorista.

Al promulgarse la Resolución 181 de la Asamblea General, resuena fuerte y convincentemente la voz del representante uruguayo Enrique Rodríguez Fabregat. Meses después, en mayo del 1948, se produce la Declaración de Independencia. No bien se aprueba la Resolución de las Naciones Unidas redoblan las hostilidades de quienes por entonces no se llamaban palestinos sino árabes habitantes de Palestina. El ataque de los ejércitos islámicos se produce cuando se retiran los británicos. Israel, al ser salvajemente agredido –hecho que asume la entidad de un Pecado Original, cuya permanencia ensombrece a los descendientes de aquellos atacantes, si nos atenemos al estigma bíblico- era un Estado pequeño que ocupaba “la sexta parte del 1% de la masa de tierra de Medio Oriente”. Recién comenzaba a organizarse y armarse con materiales bélicos, muchos comprados en Checoslovaquia – tampoco existía una aviación de guerra- en respuesta al manifiesto propósito de los árabes, quienes procuraban destruirlo. Sin que tuviera tiempo de respirar siquiera soportó la avalancha de cinco de los siete países integrantes de la Liga de Estados Árabes, fundada en el año 1945. En ella figuraban Egipto, Irak, Siria, Transjordania, Arabia Saudita, Yemen y Líbano. Los ejércitos islámicos, desorganizados e ineficientes, es cierto, no pudieron borrar de la faz de la tierra a los israelíes y a su novel Estado, instituido sobre los eriales una desértica región y no sobre feraces y prometedoras comarcas. No hubo recuerdo de este terrible abuso por parte de quienes protestaron vivamente por la erección de un muro - en detrimento de una buena parte de la superficie de Cisjordania, donde se asientan colonos judíos, amén de los codiciados acuíferos- que, en definitiva, acabó con los atentados terroristas y sus devastadores efectos. Fueron miles y miles las víctimas de esta indiscriminada violencia. Se sigue criticando vivamente dicho obstáculo; en cambio no se nombran el muro metálico subterráneo en vías de construcción, ni los “topos” palestinos asfixiados por los egipcios, cuyo bloqueo a la Franja de Gaza es tan riguroso como el israelí. Nada se dice tampoco acerca del muro de miles de km. levantado por Arabia Saudita para evitar la entrada de “los terroristas del Yemen”, que por cierto no son judíos sino árabes musulmanes.

¿Qué palestinos?
Vamos a examinar ahora los dichos de quienes niegan la existencia milenaria de los palestinos en esa región, tal cual éstos lo sostienen con vehemencia.

El ilustrado tratadista libanés Ph. Hitti, autor de dos libros fundamentales sobre la historia de los árabes, escribió: “No existe ninguna cosa llamada Palestina en la historia, absolutamente no”.
Auni Bey Abdul-Hadi, por su lado declaraba: “No existe ningún país que se llame Palestina. Palestina es un término inventado por los sionistas. No hay ninguna Palestina en la Biblia. Nuestro país ha sido por siglos parte de Siria. Palestina es ajena para nosotros”. (British Peel Commision, 1937)

Otro árabe dijo: “No hay diferencias entre los jordanos, palestinos, sirios y libaneses. Somos todos parte de una misma nación. Es solo por razones políticas que subrayamos con énfasis nuestra identidad palestina […] La existencia de una entidad palestina separada solo sirve por propósitos tácticos. La fundación de un estado palestino es una nueva arma para continuar la batalla contra Israel”. (Zuhair Mush, comandante de la OLP, Organización para la liberación de Palestina).

Más de un lector se sorprenderá al leer declaraciones provenientes de árabes. Voy a reforzarlas con una más contundente todavía. Se trata la de un escritor y periodista, también de origen árabe, que vive lejos de su tierra pues, de haber permanecido en ella, habría sido considerado como un mushrikum (pagano) o un kafir (de kufr, “el que oculta a Alá”, infiel), amén de otros inconvenientes de mayor entidad, que no detallo….

“De hecho no existe tal cosa como el pueblo palestino, o una cultura palestina, o una lengua palestina, o una historia palestina. Nunca existió un Estado, ni ha sido jamás encontrado ningún resto arqueológico o moneda palestina. Los actuales ´palestinos` son un pueblo árabe, de cultura árabe, lengua árabe, historia árabe. Tienen sus propios Estados árabes desde donde emigraron a la tierra de Israel hace aproximadamente un siglo atrás con el fin de contrastar la emigración judía. [….] Ellos eran jordanos (otra reciente invención británica, porque jamás existió un pueblo conocido como jordano) y después de la Guerra de los Seis Días, en la que Israel derrotó de manera categórica y aplastante la coalición de estados árabes [….] experimentaron una especie de milagro antropológico y descubrieron que eran palestinos, algo que no sabían el día anterior [….]. Esta gente, teniendo una nueva identidad, debía construirse artificialmente una historia, es decir, debían robar la historia de algún otro, y debían hacerlo de tal modo que las víctimas de tal robo no se quejaran, ya que no debían existir más. Entonces los líderes palestinos se arrogaron dos linajes contradictorios de antiguos pueblos que habitaron la tierra de Israel: los cananeos y los filisteos” (Joseph Farah, periodista. Mitos del Medio Oriente).

No finalizo aún. A estas voces de personajes notorios se suma la de un militante activo de la OLP, Walid Shoebat: “¿Por qué el 4 de junio del 1967 yo era un jordano y de repente, al otro día me transformé en un palestino? A nosotros no nos importaba que hubiera un gobierno jordano. La enseñanza de que debíamos lograr la destrucción de Israel era parte definida en nuestro currículo, pero nos considerábamos a nosotros mismos como jordanos hasta que los judíos regresaron a Jerusalén. Entonces improvisadamente todos fuimos palestinos: quitaron la estrella de la bandera de Jordania y en un momento tuvimos la bandera palestina”.

¿Estas son meras afirmaciones caprichosas o trasuntos de una innegable realidad? ¿Existen detrás de estos categóricos dichos dos peripecias históricas separadas por tres milenios y protagonizadas por dos distintas estirpes de filistim -una extinguida, la verdadera, y otra viviente, la “inventada”- o provienen de calumnias o tergiversaciones de la historia a cargo de voceros “traidores” o “comprados por los enemigos sionistas e imperialistas”?

Para facilitar el entendimiento de esta intrincada urdimbre voy a distinguir los antiguos filisteos de los actuales palestinos del terruño; aquellos llegados desde la isla de Creta hasta las costas mediterráneas del Cercano Oriente, hace más de treinta siglos, y éstos, aparecidos en el escenario levantino a partir de una serie dramática de acontecimientos, muy próximos a los actuales días.

Los Pueblos del Mar
Los llamados Pueblos del Mar estaban integrados por gentes de tipo mediterráneo –pequeños dolicocéfalos morenos- que hablaban una lengua uska, hermana de las extinguidas ibérica, tartesia y etrusca, de las que sobrevive solamente la euskera o vasca. Los invasores desembarcaron en las costas levantinas 1.200 años antes de nuestra era y avanzaron tierra adentro, luchando contra los hablantes de lenguas semíticas allí establecidos. Semitas son las lenguas y no los pueblos. En consecuencia, si nos referimos a comunidades semitoparlantes mentamos a los árabes y los judíos a la vez. Decir antisemitismo al barrer es incorrecto. No confundir, pues, antisemitismo con judeofobia o islamofobia, término este último que se está difundiendo vertiginosamente en Europa- compartido con el incorrecto de Eurabia- donde residen ya 52 millones de musulmanes.

El pueblo del mar desembarcado en las playas de la franja de Gaza era el minoico o cretense, expulsado de su isla por una avanzada griega de lengua aria, propia de los indoeuropeos.
A los invasores se les llamó peleshet, voz derivada de pelesh, “intrusos”, deformando intencionalmente el nombre que a sí mismos se daban los recién llegados. Este no era otro que el arcaico gentilicio de los filisteos. El nombre “filisteos” se aplicó a la confederación de los citados navegantes cretenses que se enfrentaron con los cananeos y hebreos. Estos, los habitantes del Canaán, los llamaron keretim y pelestim respectivamente. La presencia de los inmigrantes armados a guerra provocó la alianza de los antes nombrados hebreos y cananeos contra un enemigo común. Filisteos y pelestim, pues, eran la misma cosa. Las leyendas de Sansón, vencido por las malas artes de la filistea Dalila, y de David, el joven hondero que mata al gigante filisteo Goliat, recuerdan solamente dos de los tantos episodios de una larga lucha.

En lo que va de este breve estudio he nombrado solamente a los hebreos y no a los judíos, quienes, según suponen algunos historiadores, comenzaron a llamarse así cuando el persa Ciro liberó del cautiverio en Babilonia, que duró desde el 586 al 536 antes de nuestra era, a la flor y nata de la dirigencia religiosa, el mando político y el pensamiento hebreo.

Por esas ironías de la historia los cretenses-filisteos recién llegados fundaron Gaza, a la que denominaron primitivamente Minoah, en recuerdo de la perdida patria minoica. Los filisteos resistieron largo tiempo el asedio de los hebreos y a la larga se fueron mezclando. Perdieron su identidad y su corporeidad, desaparecieron del mapa y de la historia. Cuando los ejércitos invasores de sucesivos imperios – asirios, babilonios, persas, macedonios, lágidas y seleúcidas- pasaron su rastrillo mortal sobre las tierras bíblicas, los contingentes filisteos apenas subsistían o habían sido ya liquidados por los hijos de la tierra. Al llegar Pompeyo con las legiones romanas hacia el 63 de nuestra era, acabando a la brava con un breve período de independencia judía, solo quedaba la memoria de sus depredaciones. Luego del último estertor de la despareja lucha de los judíos contra el poderoso imperio romano, que desencadena en el 73 de nuestra era la epopeya de Masada, el emperador Adriano cambia el nombre de Judea por el de Syria philistina (palestina), un toponímico odioso a los judíos, para castigarlos con el perpetuo recuerdo de los derrotados filisteos. Y, de paso, arteramente, para borrar de la tierra el nombre de Judá, el original, el legitimado por una innegable solera etnográfica. Jerusalem, por su parte, pasó a llamarse Aelia Capitolina. La gran mayoría de los judíos - aunque No todos- expulsados a sangre y fuego, comenzó su dispersión por el Viejo Mundo. Un fenómeno parecido, pero igualmente catastrófico, había ocurrido hace 2586 años, cuando Nabucodonosor II se apodera del Reino de Judá, y, al tiempo de destruir por primera vez el Templo, aprisiona a la dirigencia de los hebreos, aunque tampoco a todos, trasportándolos a Babilonia. Ya me referí antes a este episodio. Pero no hubo entonces una Diáspora (casi) total, Tefuzot, sino un forzado Exilio selectivo, Galut.

Una última precisión ligüística: los invasores venidos del mar se llamaban a sí mismos palasta, dado que en Egipto, donde también llegaron, se les conoció como palusata. Otras denominaciones son la del acadio hablado por los asirios, palastu, y la de los hebreos, pelestim o p´listim. De aquí provienen la voz griega philistinoi y la latina philistinus. Y la castellana palestinos.

Los antiguos señores de la tierra.
Antes de la llegada de los hebreos al país de Canaán lo habitaron diversas etnias, una de las cuales, siete mil años antes de nuestra era, levantó la ciudad Er Riha, o sea Jericó. Las tribus van y vienen en este convulso escenario hasta que en el milenio VI antes de la actualidad se conforma la nación cananea, integrada por una fusión de pueblos, uno de los cuales, el asentado en el litoral mediterráneo, dio origen a los kana´ana, o sea “traficantes”. A estos avezados marinos, fundadores de lejanas factorías, los griegos llamaron phiniki, “rojizos”, y de ahí “fenicios”. Sus ropas estaban teñidas de rojo con el múrice, tinte extraído de una especie de caracoles marinos. Otros grupos de cananeos se extendían desde los altos del Golan hacia al sur, en ambas márgenes del río Yarden (Jordán).
No es posible resumir la tumultuosa historia del Canaán, región ocupada también por otros pueblos como los jebuseos, constructores de la amurallada Jerusalem (Yerushalayim). Entre las tribus que llegaron al Canáan 3850 años antes del presente figuraba la de los nomádicos apiru (hebreos). La permanencia de los hebreos en la Tierra Prometida se extiende por dos siglos, hasta el 3650 antes de nuestros días. Ocurre entonces la invasión egipcia y el subsiguiente cautiverio del que se liberan entre las discutidas fechas del 3450 o el 3150 antes de la actualidad y regresan a la Tierra Prometida, donde luchan a muerte con los cananeos. Importa advertir, dando un salto atrás, que los hebreos, en el momento de su inicial arribo al Canaán, no se mezclaron con los cananeos, pues el mestizaje estaba prohibido por los patriarcas. Sobrevino luego el mestizaje con los remanentes cananeos, porque las relaciones entre hombre y mujer se burlan de los decretos del poder terrenal y los mandatos de los ministros de Dios. Durante el reinado de David dicho proceso había terminado. Nace entonces el Maljut Yisrael, el Reino de Israel.
Los invasores islámicos ocupan esa región en el año 637 de nuestra era. Posteriormente los Cruzados se apoderan de Jerusalem en el año 1099 y acaban con todos sus habitantes. Por dos siglos, hasta ser expulsada, la cristiana Europa medieval tuvo en jaque a quienes habían ganado esos territorios mediante el Jihad (“esfuerzo” y no Guerra Santa) de la espada. No obstante, las reiteradas arremetidas de la cruz no pudieron expulsar a los “perros infieles”, como por entonces se motejaban recíprocamente musulmanes y cristianos. Permanecían allí unas pocas comunidades judías cuando la región fue ocupada por los turcos del Imperio Otomano y posteriormente por los británicos, finalizada la Primera Guerra Mundial. Despoblada, desolada, la patria ancestral era por entonces un reseco territorio, donde medraban escasos asentamientos de judíos y transitaban los camelleros árabes. No había millones ni cientos de miles de “palestinos” en la zona sino unos dispersos aduares y aldeas. Los testimonios de los viajeros extranjeros, que no transcribo por falta de espacio, son terminantes al respecto.
Visto lo anterior surge sola la pregunta: ¿los palestinos forman una nación distinta a la de los árabes o son árabes llegados a esa zona desde otros puntos y denominados así luego de la guerra del 1967? Mantengo mi epojé, mi suspensión del juicio, hasta que se demuestre la presencia del gentilicio “palestinos” y de los palestinos como tales antes de la fecha arriba señalada. Porque en el territorio que los ingleses rebautizaron Palestina, aplicando el jus soli, eran palestinos tanto los árabes como los judíos.

ANEXO I.
A continuación se transcribe un fragmento de una carta enviada al autor de esta nota por un uruguayo, no judío, que trabajó durante cuatro años en Jerusalem.

“Creo que no se presta suficiente atención a algo obvio: la apropiación indebida del término ´palestinos`. En efecto, palestinos eran TODOS los habitantes de Palestina; tan palestinos eran los árabes como los judíos. De tal modo es así que antes de la creación del Estado de Israel dos importantes instituciones de la comunidad judía en los EE.UU. fueron el Bank of Palestine y el diario Palestine Post (hoy Jerusalem Post) ; en Uruguay teníamos el Banco Palestino Uruguayo, de capital judío. Los llamados "palestinos" (palabra que ellos pronuncian "falastin") son solamente los residentes árabes de Palestina.
Como tu muy justamente señalas, una cosa es el pueblo judío y otra el Estado de Israel. Las criticas a la política y las acciones del Estado, lamentablemente muy justificadas en muchos casos, no implican en absoluto la negación del derecho del pueblo judío a un hogar nacional en su tierra ancestral. Esa ha sido siempre la posición diplomática y humana de nuestro país, marca indeleble de la elocuencia y compasión de nuestro primer delegado en Naciones Unidas, Enrique Rodríguez Fabregat. Tenemos que seguir defendiendo ese principio.” H.R.


ANEXO II.

“En 1919 el sultanato otomano, el último de los grandes imperios musulmanes, fue finalmente derrotado; su capital, Constantinopla, ocupada; su soberano, capturado, y la mayor parte de su territorio, dividido entre los victoriosos imperios británico y francés. Las antiguas provincias otomanas de habla árabe del Creciente Fértil se dividieron en tres entidades nuevas, con fronteras y nombres nuevos. Dos de ellas, Irak y Palestina, quedaron bajo mandato británico; el resto, bajo la denominación de Siria, fue entregado a los franceses. Más tarde, Francia subdividió su mandato en dos, dando a una parte el nombre de Líbano y conservando el de Siria para la otra. Los británicos hicieron prácticamente lo mismo en Palestina, estableciendo una división entre las dos orillas del río Jordán. La parte oriental fue llamada Transjordania, más adelante simplemente Jordania; el nombre de Palestina se reservó para la parte occidental, dicho de otro modo, la parte cisjordana del país”. (Bernard Lewis, La crisis del Islam, Ediciones B, Buenos Aires, 2004, p.10).