OPINIONES DIVERSAS Marta Römer



MARTA RÖMER


En una antigua casona de una zona ya en decadencia, conocida como albergue femenino, se estaba acercando la hora de la cena. Una treintena de mujeres, que vivían allí pagando una cantidad de dinero de acuerdo a sus irrisorias pensiones, estaban preparándose para entrar al comedor. La mayoría ya estaba rondando en los setenta y ochenta años; ostentaban facciones marchitas, cuerpo magro unas y obeso otras, algunos deformados por el trabajo, el maltrato sufrido durante mucho tiempo, la desnutrición y las enfermedades. Vestían con extrema sencillez. La ropa debía proceder de donaciones ya que era evidente, las prendas, si eran faldas y blusas, tampoco combinaban en los colores o dibujos y la mayoría de estos ya estaban muy descoloridos, en cambio revelaban limpieza y planchado. Como establecían las reglas de la institución, las pensionistas, formando fila de a dos en el pasillo, a las siete en punto, entrarían al comedor que abriría su enorme puerta en ese instante. Lentamente iban a circular con movimientos marcados: tomar la bandeja,cubiertos y servilleta, vaso con agua y un pancito, el recipiente con el postre, otro paso más adelante y la empleada de cocina, ayudada por una de las internas en condiciones de hacerlo, les ofrecería un plato de comida caliente, sencilla, unas veces más sabrosa que otras, en cantidad suficiente para satisfacerlas.
Observando la fila estaban dos funcionarias administrativas que colaborabancon la institución. Una comentó a la otra:
- No veo a Josefina. ¿Estará enferma?
- Salió a cobrar la pensión y como siempre va llegar más tarde que lo permitido. Se aprovecha de la benevolencia de las autoridades y hace lo que se le antoja.
...
Josefina llegó a la plaza, eligió en banco que le convenía, dejó un paquete con asas a su costado, a punto de reventar por el contenido y que debía pasar mucho para sus ya escasas fuerzas, puso encima de él un ramito de jazmines y se sentó con unprofundo suspirode alivio. El jadeo que la había acompañado los últimos metros, el cansancio y el dolor en las pantorrillas se calmaron. Su aspecto era muy pulcro, bien peinados los cabellos grises, rostro de facciones suaves, lindas, que las arrugas no desmerecían, pero que el leve maquillaje no conseguía disimular, como tampoco podía ocultar el pañuelo de gasa atado con arte y gracia al cuello, la flojedad de éste. Vestía y calzaba prendas de calidad, pasadas de moda y de uso que no negaban su presencia y esmero; completaba su atuendo una cartera que llevaba colgada de un hombro, con las mismas características de la ropa. La abrió y sacó un abanico de nácar y empezó a agitarlo cerca de su rostro, cerrando los ojos. Los volvía a abrir cada tanto, para mirar a su alrededor y al reloj de la iglesia , que tenía enfrente, hasta que las agujas de éste marcaron las siete y las campanas tañeron las mismas veces. Volvió a abrir la cartera, extrajo de ella un estuche y de éste un peine que pasó por su cabello, un lápiz de labios con el cual reforzó su color controlándose en el espejo. Le tomó unos minutos componer el peinado y el maquillaje ; cuando quedó conforme guardó todo lo que había sacado , se levantó y agarró con una mano el paquete, haciendo un gran esfuerzo para alzarlo y con la otra, tomó el ramo de flores. Lentamente, arrastrando una pierna fue hasta un edificio pegado a la iglesia y entró por una puerta que tenía a su costado un carte en que se leía: "REFUGIO FEMENINO".
las dos funcionarias la vieron y una comentó en tono irónico:
-Ya llegó Josefina y por el peinado, el pañuelito en el cuello y el perfume que le huelo desde aquí es notorio que otra vez se gastó buena parte del dinero de la pensión en frivolidades, y otra vez se atrasará en los pagos con la institución.
-Seamos indulgentes- le contestó su compañera en voz muy baja.
-Pero no es justo que los demás contribuyan con una cuota de dinero superior, si todos reciben lo mismo, porque a ella nunca le alcanza. Lo despilfarra. No entiendo esa consideración de las autoridades. Mirá lo que está haciendo: nos deja en el florero del escritorio unos jazmines. Asi quiere comprar nuestra gracia.
-No nos corresponde juzgar, Josefina fue siempre una mujer de muy buena presencia, no es extraño que quiera seguir así y sea para ella más importante su aspecto y el realizar gestos simpáticos.
Una de las mujeres que estaba en la fila le murmuro a otra
-Ahí llegó esa, con sus aires de gran señora, como si no fuera igual a nosotras.
-Y cargando ese paquete. Se lo lleva cada vez que sale. Tiene miedo que la robemos. ¿Qué guardará allí? ¿Sus reliquias? El resto lo tiene en el ropero con tres candados, mientras que a nosotras no se nos permite.
-Sus recuerdos de gran puta...¡que eso fue!- le murmuró incisiva otra.
-¡Por Dios! No hable así- contestó escandalizada una mujer que estaba a su lado - . Eso es una grosería muy injusta. Era una señora muy digna y caritativa. Dicen que esta casa la donó ella y contribuyó con mucho dinero mientras lo tuvo.
-Lo gastó como una loca, arruinando a la familia y por eso ahora debe vivir aquí- dijo una tercera- ¡Ya hubiera tenido yo sus oportunidades! Los que nacimos en cuna pobre sabemos lo difícil que es la vida si no se tiene apoyo.
-El marido resultó setr un tipo de esos que maltrataban a sus mujeres. ¡Qué cosas no le hizo! No debieron sacarle a los hijos , ni inventar historias sucias sobre ella. Estos la odian y no la quieren ni ver. Una madre es siempre una madre y debería mantener sus derechos. También eso es injusto y cruelo.
-¿Cuál de los maridos le hizo esa trastada? Porque tuvo unos cuantos con y sin libreta- comentó riéndose la que había hablado primero.
-Por lo que nos contó, no le faltaron admiradores- agregó suspirando la que salía siempre en su defensa- A más de una, cuando éramos jóvenes y bonitas les debió pasar lo mismo o les hubiera gustado que les pasara. Vivió en un mundo tan distinto al nuestro. Ella quiere guardar esos recuerdos. Yo ¿qué puedo guardar? Nunca tuve nada bueno... A mi me place escucharla.
A Josefina desde su último lugar en la fila , le llegaban los comentarios del grupo. No le importaban. EStaba acostumbrada, no era la primera vez. Caviló: ¡Qué crédulas son para todo lo que oyen! Pero a todas les interesan mis historias. Tengo que recordad algún otro capítulo de mi vida para contarles esta noche... o inventaré algo. Si supieran las veces que lo hice. Para el caso no importa- pensó, mientras una benévola sonrisa lograba abrirse en su rostro.
- Al menos, mi fantasía no ha sufrido deterioro.